La lírica española de los primeros
años de posguerra no puede entenderse sin tener en cuenta la
situación hitórico-política y social del momento. Tras la Guerra
Civil, la sociedad española queda dividida en dos bandos: el de los
vencedores y el de los vencidos. El exilio interior de buena parte de
los escritores vivos, afines a la República, el asesinato de Lorca y
el encarcelamiento de Miguel Hernández dejarán apenas sin modelos a
las nuevas generaciones poéticas y la producción lírica de
aquellos que se quedan en el llamado exilio interior deberá esquivar
la presión de la censura.
En los años 40,
la producción lírica de los poetas que permanecen en España girará
en torno a las revistas literarias. La revista “Garcilaso”
agrupará a escritores afines al régimen oficial (Luis rosales,
Leopoldo Panero o Luis Felipe Vivanco) que practicará la llamada
“poesía
arraigada”: poesía
que presenta un mundo coherente, ordenado y sereno, inclinada hacia
temas como Dios, la patria y la familia, caracterizada formalmente
por una perfección de corte clásico.
Como
contrapunto nace “Espadaña”,
revista que reúne a los poetas contrarios al régimen, cuya visión
del mundo estará marcada por el pesimismo ante el caos y la
injusticia. Se trata de una “poesía
desarraigada”, la
de aquellos para quienes “el mundo es un caos, una angustia y la
poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla” (en
palabras de Dámaso Alonso). Se trataba de una poesía de corte
existencialista y de tono trágico. La religiosidad tambień estará
presente, estará tratada con un tono de desesperanza y de duda en
poemas en los que se increpa a Dios sobre las causas de tanto dolor.
Los primeros poemarios de Gabriel Celaya y Blas de Otero se
enmarcarán dentro de esta corriente, cuya cumbre se alcanzará con
Sombra del paraíso
de Vicente Aleixandre e Hijos
de la ira de Dámaso
Alonso.
En los 40 también
hay voces que se alejan de estas dos tendencias: los poetas reunidos
en torno a “Cántico” (cuyo representante es el cordobés García
Baena) y a los poetas del Postismo, último movimiento de vanguardia
fundado por Carlos Edmundo de Ory.
En los años 50
el tono individualista de la lírica anterior irá dejando paso a una
poesía concebida como comunicación, en la que el poeta se erigirá
portavoz del sufrimiento colectivo. Es lo que se conoce como poesía
social, una poesía que debe tomar partido ante los problemas del
mundo y ser instrumento de cambio político y social, para lo cual es
necesario un lenguaje sencillo y directo con el que llegar a la
“inmensa mayoría”. Destacamos a autores como Gabriel Celaya
(Cantos iberos) y Blas de Otero (Pido la paz y la palabra).
A finales de
los 50, desengañados por la imposibilidad de llegar a esa
inmensa mayoría, muchos poetas irán abandonando los preceptos de la
llamada poesía social. Los llamados “niños de la guerra”
tendrán una visión algo más distanciada que sus mayores en lo que
se refiere a la Guerra Civil y serán los responsables de elevar la
calidad artística de este género literario. La poesía pasará de
considerarse forma de comunicación a entenderse como forma de
conocimiento del mundo que nos rodea. Se trata de una lírica
inconformista, pero con cierto escepticismo que les permite acercarse
a una poesía “de la experiencia personal”. Es lo que se conoce
como “poesía del medio siglo” o “poesía de la experiencia, en
la que cabe destacar el retorno de los temas íntimos: evocación de
la infancia, familia, amistad, amor o erotismo. Estilísticamente se
rechaza tanto el patetismo “desarraigado” como el prosaísmo de
los poetas sociales y se busca un estilo más aparentemente
conversacional no exento de ironía. El llamado “Grupo de
Barcelona” (Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral)
es el que aglutina a los poetas más visibles; aunque podemos
mencionar a Antonio Gamoneda, Ángel González o José Ángel
valente.
Para completar el
panorama de la poesía española de estas tres décadas, es necesario
mencionar la poesía del exilio. El tema recurrente es el de la
patria dejada atrás: una patria ocupada por el bando vencedor, hacia
la que se siente rechazo en un primer momento. Con el tiempo va
surgiendo un sentimiento de añoranza de una tierra donde los poetas
vivieron su infancia y juventud.
En definitiva, la
producción literaria de la inmediata posguerra sufre las
consecuencias directas de la guerra y se hace eco de la que separa a
los vencedores de los vencidos. Aquellos poetas que no dejan su
España natal se quedarán en un exilio interior vigilado de cerca
por la censura; otros escribirán desde el exilio. Poco a poco,
durante la década de los 50, esta poesía de corte existencial irá
dejando paso a una poesía concebida como instrumento de cambio
social y que, bajo la pluma de “los niños de la guerra” irá
abandonando en la década siguiente, el tono de denuncia directa para
inclinarse, con cierto distanciamiento irónico, hacia temas como la
amistad o el amor en un lenguaje cuidado pero cercano al lector.